Octava Región
Chile, enero de 2007.
El avión baja en Concepción, 500 km al Sur de Santiago de Chile. Un aeropuerto que es cinco veces el de Carrasco para una ciudad que es una vez y media Montevideo. No somos nada. Un estudiante (bermudas, sandalias y mochila) me espera con un cartelito donde leo mi nombre. Con él recorremos en los humildes medios colectivos del pueblo el paisaje costero de la 8ª región: pinos y eucaliptos y más allá eucaliptos y pinos. Sólo que como estamos en Chile, a diferencia de nuestras rutas de pradera, parece que vamos por una montaña rusa entre plantaciones de árboles .
El pueblo de Cobquecura junto al Pacífico es de casitas de adobe y piedra laja con tejas “musleras”. Se me recibe en el suburbio en una casa de madera y un grupo de jóvenes me esperan con té, pan y cangrejos hervidos (jalbas). Allí me alojan, en una pequeña pieza junto a un telar mapuche donde usualmente la dueña de casa teje las lanas tradicionales teñidas con pigmentos vegetales.
En la mañana siguiente recorro Cobquecura. La playa es de arenas negruzcas y las olas inmensas. Un peñasco irregular a pocos metros de la orilla está lleno de lobos marinos; es “La Lobería”, aracción turística principal. Recorriendo la inmensa playa 7 km al Norte aparece otra gigantesca protuberancia de piedra, aunque no es irregular sino semiesférica: es la “Iglesia de Piedra” y en ella se entra a grutas de antiguo ritual mapuche.
Y todo este paraíso puede perderse en poco tiempo. 30 km al Sur de Cobquecura desemboca el Río Itata, y en él ha comenzado a verter sus venenos la fábrica de Celulosa de CELCO junto al poblado de “Nueva Aldea”. Como en Nueva Aldea todos protestan por la contaminación grave del río, los ruidos y los olores (a apenas tres meses de funcionamiento de la planta) la empresa resolvió hacer un ducto para volcar al mar los productos contaminantes.
¿Afectará el vertido a Cobquecura? Culminado el Encuentro Campesino (consignas combativas, rituales mapuches del Sur y andinos del Norte, cuecas, abrazos) salimos en un jeep rumbo Sur. A los 25 km ya la arena impide continuar y caminamos pesadamente, bordeando el océano, siempre hacia el Sur. La arena negruzca y blanda hace cansador el paso. El cielo está plomizo y la bruma hace más fantasmagórico el paisaje. La bruma es además humareda, porque muy cerca arden inmensos incendios forestales (como cada verano, desde que llegaron los monocultivos) y desde la costa se ve el resplandor rojizo. En cambio no nos llegan los llantos de las familias sin casa que luego visitaremos.
La barra del Río Itata es similar a la de nuestro Arroyo Balizas. Barcos amarillos y naranjas balanceándose en las aguas mansas dan la nota de color en ese mundo gris, brumoso e irreal. Un veterano pescador nos habla de los cambios en el río.
-Yo no quiero sugestionarme: estamos a muchos kilómetros de Nueva Aldea. Pero las redes están con una grasa muy extraña. Una espuma de color bermejo aparece en la orilla. Eso antes nunca se vio. Y por otra parte peces muertos... hubo otras veces, pero nunca tantos.
Uno de los dos jóvenes que van conmigo conoce al pescador desde hace mucho tiempo, y observa que no lo dice todo. Entonces le recuerda;
-Pero cuéntele a Don Gonzalo de los peces que usted saca.
-Tienen todos las agallas negras. Ya no tienen las agallas rosadas. Eso pasa desde hace un mes. Pero ya te dije: no voy a hacer declaraciones a la prensa de acá. De la pesca vive mi familia. Si yo no pesco, otro pesca, así que es lo mismo. A mis hijos ahora no les doy pescado por las dudas. Pero me cuido en lo que digo.
Hago votos mentales para que las familias que compren el pescado no tengan niños de la misma edad de los del pescador. Pero la gente de Santiago y Concepción viene tradicionalmente aquí para que sus hijos coman pescado fresco. Mi compañero de ruta insiste:
-Dicen que cuando hagan el ducto el río ya no se va a contaminar.
-Sí. Dicen que van a meterlo ciento cincuenta metros en el Océano. Para nosotros es igual. La basura no se irá mar adentro. Hemos tenido naufragios, muchos compañeros muertos. El mar siempre devolvió las lanchas y los cuerpos. Y todos aparecen hacia el Norte, hacia Cobquecura.
-Es por la corriente de Humboldt -aclara el otro joven-. Y a diferencia de otras zonas como Puerto Mont, aquí el Foso del Pacífico está a varios kilómetros de la costa; acá las aguas no son profundas hasta que se llega el Foso. El color del agua lo señala.
-Para nosotros, los pescadores en Boca de Itata, ducto o no ducto va a ser igual. Aguas arriba sí, por Ránquil habrá menos contaminación, digo yo.
Ahorro el dolor de la junta de vecinos de Bocas de Itata que nos permitió participar en una de sus reuniones. Todos se preguntan dónde crecerán sus hijos.
.Cuídense en el camino-nos dice un vecino. Los de CELCO ya estuvieron preguntando quién es usted, Don Gonzalo.
Ahora me despido de mis compañeros y otro campesino me lleva en moto hacia Ránquil, hacia Nueva Aldea. Me cuidan.
-Ahora viene un tramo de ruta muy malo, Don Gonzalo. Yo lo dejo aquí, sigo solo en moto, usted toma el bus y nos encontramos en la plaza de Ñipas. De allí seguimos en moto hasta mi casa. Mañana recorremos Nueva Aldea.
Y otra vez la calidez de la familia campesina, la comodidad de una camita entre muñecas, esa en la que usualmente duermen las hijas. Por mi memoria desfilan los testimonios de las familias de Ránquil con las que he hablado, una muestra apenas de las que cada verano pierden sus casas por los incendios incontenibles de la maldita forestación.
Los vecinos que no quisieron vender siguen plantando viñas, y las viñas pararon el incendio aquí cerquita. Si todo hubiera sido forestado como quiere CELCO no estaríamos vivos. Ellos igual cobran el seguro, y nosotros pasamos hambre o nos vamos del campo. Algunos creen que la CELCO mismo incendia para que nos sintamos inseguros y nos vayamos Todo les sirve. Y meten miedo y amenazan.
Y otra vez a recorrer, entrevistar gente y ser alojado en las casa campesinas.
Ahora los vecinos de Ñipas y Nueva Aldea están reunidos en la municipalidad de Ránquil. Llueven las preguntas y las autoridades locales no saben qué contestarles.
-Si era necesario ese ducto que están haciendo ahora, ¿cómo permitieron que la fábrica funcionara primero y hacen el ducto después que protestamos?
-A veces los olores hacen desmayar. Otros días casi no se sienten, y el alcalde dice que hay que acostumbrarse. El jueves seis niños con vómitos y ardor de estómago fueron sacados del aula en la Escuela Básica; todos lloraban. El médico que nos mandó CELCO dice que no es nada grave, pero ¿cómo creerle?
-Nos prohíben bañarnos en el Itata. Se acabó el turismo por acá. Pero de esa agua tomamos y dicen que no hay problemas. ¿En qué quedamos? Esa niña que el otro día salió del agua con úlceras era de los boy scouts y ellos dijeron que no vienen más. Yo tengo miedo.
-En Europa devolvieron los vinos cuando supieron que eran de Nueva Aldea. El alcalde dice que cualquier cosa les viene bien, que hay un plan contra los vinos chilenos, pero que yo sepa los del Valle Central siguen exportándose.
Recorrimos la periferia del monstruo. Es apenas un poco más pequeña que la de Fray Bentos, tiene la misma tecnología sin cloro elemental, o sea: es de última generación como diría el Arquitecto Arana. El desagradable olor hoy no es tan fuerte; hoy quizás tiene la intensidad del olor de las curtiembres en algunos barrios de Montevideo. El ruido permanente tampoco nos impide hablar.
-No sé si siempre habrá estos cambios o nos están acostumbrando de a poco- reflexiona mi guía-. Y todos dicen que lo peor es durante los fines de semana, cuando no hay inspectores de la CONAMA (la DINAMA chilena)
Don Víctor tiene una pequeña viña e instaló un pequeño restaurant de comidas típicas en la ruta entre Concepción y la montaña. Le comento que el olor no es tan fuerte como me habían dicho. Me mira como para fulminarme, pero me responde suavemente:
-Suponga que usted vive en Concepción y va con su familia a la montaña un día como hoy. Ve en la ruta mi anuncio de comidas típicas y decide hacer un alto, pero cuando baja el vidrio de la ventanilla siente este olor. ¿Usted comería aquí? Bueno; este restaurant se comió los ahorros de toda mi vida. Pero por favor, vuelva el sábado. Si se atreve. Y cuando lleguen los olores fuertes no se le ocurra usar areosol de ambiente, porque es muchísimo peor; ya hubo dos señoras con crisis respiratorias por esa combinación.
Su esposa nos cuenta que unos turistas europeos (“creo que húngaros o algo así”) se interesaron por los vinos, pero cuando vieron la planta de celulosa la señalaron, hablaron bajito entre ellos y dijeron: “ah, no, muchas gracias” y se fueron.
Podría contarles a ustedes, pacientes lectores, cómo son amenazados (por ahora sutilmente) los campesinos que se niegan a vender sus predios; y que los jóvenes de “Salvemos el Itata” me llevaron a la montaña a conocer el Ñuble, afluente del Itata, que corre entre pedregales y forma lagunas naturales de un verde inolvidable. Quisieron que lo conociera en su agonía ya que allí se van a hacer dos represas hidroeléctricas que van a matar el Ñuble y disminuir aún más el caudal del Itata, además de inundar miles de hectáreas de monte nativo de montaña. Los geólogos no se atrevieron a hacer el estudio de impacto ambiental porque en Chile eso incluye estudios sísmicos y si ponían explosivos en la ladera de las altas montañas podrían matar a muchos inocentes; pero las hidroeléctricas se harán de todos modos porque esos malvados argentinos subieron el precio del gas y los pobres gobernantes chilenos se ven obligados a defender la seguridad energética de la Patria, que para eso los puso el pueblo.
Bajando de San Fabián pasé por San Carlos y me mostraron la casita de adobe donde nació Violeta Parra. Toqué esas paredes de barro y pedí mentalmente a Violeta que nos diera fuerza para la resistencia. Allí tomé el bus para Chillán porque mis jóvenes guías volvían a la montaña y recorrerían las casa de los pobladores de arriba, siempre informando y organizando, burlando la vigilancia de los matones, y acompañados de una indómita muchacha que conocí seiscientos metros más arriba en la ladera, que ya los esperaba con los caballos ensillados.
En Chillán hay un inmenso mural de Siqueiros, que se había ido de México pues lo acusaban de complicidad en el asesinato de Trotski. El mural es impactante. Indios, libertadores, campesinos y obreros mexicanos avanzan hacia el techo desde una pared, y desde la pared opuesta lo hacen indios, libertadores, campesinos y obreros chilenos. Las luchas del Sur y el Norte confluyen en el techo.
Pero en el mural están faltando los rostros de los muchachos y las muchachas que conocí estos días. Los que defienden el futuro, los que ya están para siempre en mi corazón.